"- ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
- Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar – dijo el Gato.
- No me importa mucho el sitio... – dijo Alicia.
- Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes – dijo el Gato."
En el solitario camino de Alicia, en el país de las maravillas, se encuentra en medio de su camino con un gato que plácidamente descansa en un árbol. Arriba con una visibilidad del bosque, el gato sonriente, ve a la perdida Alicia, e intenta orientala. Pero la falta de preguntas adecuadas hace que todo sea en vano.
Alicia había venido de seguir a un conejo blanco que lo único que hacía era mirar su reloj. Lo que no esperaba que su destino iba a ser una merienda de locos, o de perros jugando al poker, o en última instancia al "juicio" de la Reina de Corazones, donde fue el propio conejo blanco quién oficiaba de heraldo de la corte.
El caótico camino de Alicia fue alertado por Cheshire, el gato, quién le marcó la importancia de su deseo sobre el camino a tomar. Pero Alicia, ya sea por el contexto u ofuscación, no lo escuchó con atención.
La voluntad de Alicia, cómo facultad de decidir y ordenar su propia conducta, inicialmente fue motivada por la curiosidad, pero con el correr del tiempo se encontró con una Reina de Corazones muy parecida a Agatha Trunchbull de la película Matilda.
En 1907 Federico A. Gutiérrez escribió lo que al día de hoy representa una imagen sin muchos cambios, lastimosamente sus observaciones llegaron a oídos sordos.
Cheshire seguirá sonriendo (mucho más no puede hacer). Pues la entelequia abstracta que toma decisiones por Alicia no es más que un conjunto de cartas que se desmorona como una casa de naipes cuando Alicia se despierta de su caótico sueño, o cuando vuelve a su casa luego de una sin-sentida jornada laboral.
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